16 octubre 2010

Mis viajes con Mario.




-Me gustaría que hiciéramos un viaje –divagó, un poco después, sintiendo que comenzaba a vencerlo el sueño-. A un sitio lejanísimo, totalmente exótico. Donde no conociéramos a nadie y nadie nos conociera. Por ejemplo Islandia. Tal vez, a fin de año. Puedo tomarme una semana, diez días. ¿Te gustaría?

- Me gustaría ir más bien a Viena –dijo ella, con la lengua un poco trabada ¿por el sueño?, ¿por la pereza en que la dejaba siempre el amor?-...

- Bueno, en diciembre iremos a Viena entonces –dijo-. A ver los Schieles y a oir a Mozart ...

Los cuadernos de don Rigoberto – Mario Vargas Llosa


La pasada semana me sentí literariamente feliz, quizá comparable al goce futbolístico que vivimos en julio. Y si entonces fue “La Roja” la que provocó dicho éxtasis, ahora ha venido de las frías y vikingas manos del jurado que falló a favor de Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de literatura. Sería presuntuoso –e incierto– decir que es justo, ya que para dilucidar tal justicia tendría que conocer la obra del resto de escritores vivos de nuestro planeta. Y no, no llego a tanto. Hablar de justicia sería hablar de un valor que debe ser objetivo y universal; no me atrevo. Pero si a hacerlo de algo subjetivo y personal como es la felicidad, y, como decía al principio, me hizo feliz saber que el más insigne premio de la literatura universal se lo concedían a quién a tantos nos ha hecho, tantas veces, tantos días, -reitero- felices.

No sé mucho de su persona y, creedme, no tengo especial interés; quizá por no arriesgarme a que al conocerle quede subjetivizado (perdón por la palabra) para el disfrute futuro de las obras que aún no he leído y de aquellas que todavía tiene por escribir. Pero si sé que Vargas y los viajes están muy unidos y de ello también se encarga de certificar su propia obra.


A mi me llevó en primer lugar al Perú amazónico que comienza en Iquitos y allí supe de las andanzas del capitán Pantaleón Pantoja. De allí me trasladó hasta los Andes con Lituma para después pasearme por la Lima de Varguitas y su Tía Julia, y también por la algo más sórdida de La Ciudad y los perros. Del Perú me llevó hasta los sertaos brasileños donde, siguiendo la senda abierta por Euclides da Cunha, me contó la fascinante historia del Conselheiro en La guerra del fin del mundo. Y en el Paraíso en la otra esquina, me hizo perseguir a Flora Tristán y a su nieto Paul Gauguin por Francia, Perú, Inglaterra y Tahití, para terminar en las Islas Marquesas. También me condujo hasta una República Dominicana alejada de los resorts T.I. para conocer parte de su historia reciente en La fiesta del Chivo. Y luego Don Rigoberto me guió en paseo artístico a través de un idílico museo para conocer obras de Schiele, Vermeer, Courbet, ...


Si, han sido muchos los viajes a los que me ha invitado Mario. Y me dicen que en uno de sus últimos libros –Travesuras de la niña mala– me llevará de tournée por Lima, París, Londres, Tokio y Madrid. Corro a la librería a comprar mi billete.


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