28 junio 2010

Sawasdee (escapada a Tailandia). 3ª parte.






Are you happy?, me pregunta mi amiga Tina, la mejor vendedora de camisetas que puedas encontrar en Phuket. I´m happy if you are happy, le contesté ¿o quise hacerlo y no lo hice?. No lo recuerdo con exactitud, pero era la respuesta que merecía su dulce sonrisa. Todos los del grupo pasamos en varias ocasiones por su tenderete atestado de camisetas y otras prendas de ropa, situado en un callejón adyacente al paseo que da a Patong Beach, y por supuesto regateamos y compramos. Una vez habías formalizado el acuerdo de precio ella miraba con ojos sinceros, te extendía la mano en señal de aceptación y preguntaba si estábamos contentos. Y había que hacer un esfuerzo increíble para no estar contento en ese lugar del mundo llamado Phuket, ya fuera jugando al regateo en la compra de camisetas o descansando en sus playas, tomando una cerveza en alguna de sus terrazas u observando la puesta de sol sobre el mar de Andamán, haciendo una excursión a las islas Phi Phi o realizando actividades acuáticas.

Phuket es la mayor isla tailandesa y está formada por numerosas bahías con playas de un blanco azafranado cuya arena parece haber sido tamizada una y otra vez, en las que la sombra de las palmeras hacen de protección natural. Se ha convertido en uno de los principales lugares de vacaciones del sudeste asiático, donde recalan visitantes de todas las nacionalidades -occidentales en su mayoría- ávidos de sol, clima, playas paradisíacas, actividades y diversión.

Hay zonas de mucha animación, quizá la que colinda a la playa de Patong sea el mayor exponente en este sentido. Terrazas, bares, restaurantes, discotecas, tiendas para el turista, abundan por doquier. Sería el lugar adecuado para aquellos que huyen de la tranquilidad y que quieren una buena y animada playa. Los hoteles son aceptables, con muchas habitaciones –populosos- y buen desayuno buffet; Holiday Inn, Patong Beach (que no os den las habitaciones cercanas a la discoteca) o Courtyard son algunos de ellos.

Otras zonas son mucho más tranquilas y disponen de complejos hoteleros de ensueño, en lugares idílicos, ideales para una románticas vacaciones o para una tranquila escapada familiar. En Mai Khao, al norte de la isla, el Anantara con sus impresionantes pool villas. En Bang Tao Beach, el Dusit Thani y el Sheraton Grande Laguna, ambos con un servicio impecable. En Karon, The Village Resort and Spa, otro paraíso de tranquilidad y buen servicio, y el Arcadia Hilton, de mayores dimensiones pero con la clase y la calidad propia de la marca. En Rawai, el Evason con unas fantásticas instalaciones en un bello paraje natural y una cocina magnífica -excelente su cena-buffet al estilo thai amenizada por un espectáculo local-.

Y después están las islas Phi Phi. Si el paraíso existe debe parecerse bastante a este archipiélago situado al sureste de Phuket. Se accede en ferry (casi tres horas) o en lancha rápida (algo más de una hora) desde Port of Phuket. La travesía es agradable y puede ir acompañada con una parada para realizar snorkel. Conforme nos aproximamos a la costa se plantan ante nuestras retinas variedades de azules y verdes como nunca antes habíamos visto.

El agua es cálida y agradable, el oleaje casi inexistente –una leve y delicada mecida-, la arena de la playa es blanca y suave, y los complejos hoteleros son de ensueño, en especial el Zeavola, un intimista resort de lujo que combina a la perfección su espíritu natural con el impecable y esmerado servicio al viajero. A un precio más asequible están el Holiday Inn Phi Phi Resort y el Phi Phi Island Village Resort . Podréis conocer a los gitanos del mar, además de disfrutar en la paradisíaca bahía dónde Leonardo di Caprio rodó la película La Playa. Si disponéis de tiempo y queréis olvidaros del mundanal ruido occidental, apagad el móvil y el portátil y descansad un par de días en esta maravilla de la naturaleza. Si no tenéis más días, al menos no dejéis de realizar una excursión desde Phuket; merece la pena.

Hoy es mi último día en Phuket y en Thailandia. A eso de las cinco de la tarde vendrán a buscarnos para trasladarnos al aeropuerto y tomar el vuelo de una hora que nos llevará a Bangkok y enlazar a posteriori con el vuelo trasatlántico directo hacia Madrid. En la mañana aún nos queda por realizar alguna visita profesional y tenemos el almuerzo concertado en el Courtyard. Es una velada agradable, acompañado por la relaciones públicas del establecimiento, en la que salen anécdotas, risas y se celebra ¡otro! cumpleaños. Regresamos a nuestro hotel para recoger el equipaje.

Dijo Heinrich Boll a través de su payaso “las maletas abiertas me miran como fauces que quieren ser saciadas”. Y yo sacio esas fauces con el agridulce sentimiento que provoca el saber que la experiencia viajera está a punto de terminar, mezclado con el deseo de ver a los míos tras algo más de una semana ausente. Finiquito mi proceso y aún me queda una hora; los compañeros de viaje están en la piscina o en la playa; yo decido salir a pasear, solo, tratando de captar olores, imágenes, recuerdos que llevarme y que pueda conservar a plazo fijo, obteniendo el rédito que los viajes deben dejar por mucho tiempo, por toda la vida, porque la vida no es otra cosa que un continuo viajar. Paseo por Thanon Taweewpmg y llego a Bangla Road (de día ofrece el aspecto de una calle normal llena de bares; de noche se transforma y se convierte en un ir y venir de todo aquello que probablemente menos me gustó de Tailandia); tomo un café y regreso hacia el hotel sin poder reprimir la ocasión de despedirme de Tina, comprarle un último regalo regateando con denuedo para al final pagarle el doble de lo que me pidió inicialmente, en una rácana manera de agradecer sus sonrisas y su amabilidad, además de su esfuerzo por encontrar una camiseta que le pudiera venir bien a mi madre. Le doy las gracias por todo, deseando que ese agradecimiento pudiera trasladarlo a Nuntiva, a Masawan, a Janpen, a Kunthika, a Apinya, a Suda, a Hataichanok, a Montree, a todas las personas que fugazmente conocí en ese bello país y que tan generosamente me regalaron sus sonrisas. Y por supuesto, gracias a mis colegas y magníficos compañeros de viaje. Y le doy las gracias a mi madre; ella sabe porqué.

José Manuel Lastra Picazo.

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